En todas las iglesias hay santos: san José, san Pedro, santa Catarina, san Pablo, san Ignacio, santa Isabel, san Judas, en fin, todos los santos clásicos y hay otros santos endémicos como san Juan Diego en el caso de México. Precisamente es aquí, en México –desconozco si la actividad se realice en otro país, es muy probable que sí –se tiene la costumbre de colgarles a los santos milagritos o, mejor dicho, mandas que son una especie de agradecimientos por algún favor recibido o bien promesas que se hacen a tal o cual santo y que se materializan en pequeños dijes con la forma o silueta de niños, hombre mayores, parejas, o bien, la parte del cuerpo por la que se pide el favor, la mayoría de los casos, sanación: una pierna, un brazo, etc. Son bien conocidos los casos específicos de san Antonio (el que está cargando al niño) a quien se acostumbra colgar listones rojos para conseguir novio o san Judas Tadeo, a quien se le asocia con la bienaventuranza en el trabajo.
Lo anterior lo reflexioné hoy cuando caminaba por el centro; debo, para esto, explicar que desde hace un par de meses he estado haciendo un ejercicio bastante peculiar: me he dado a la tarea de recoger cuanto clip para hojas encuentro o, mejor dicho, se me aparece en la calle. Sí, contrario a lo que se podría pensar, la gente pierde muchos más clips para sus hojas de los que imaginaríamos; grandes, pequeños, muy pequeños, etc. De todos tamaños y en todas partes hay clips abandonados: olvidados en las intersecciones de las lajas de las banquetas, entre los adoquines del arroyo vehicular, en los baños, en las bancas de los parques ¡hasta en los bares! ¡Cuántos clips hay por las calles! Así pues, yo los recojo en cuanto los veo. Algunos brillan, por extraños fenómenos visuales, con la luz del sol o de alguna luminaria, otros están ahí opacos entre pelusas y motas de polvo, otros mojados por extraños fluidos de los cuales no quiero ahondar en su procedencia y otros simplemente están, sin pena ni gloria.
Entonces hoy, mientras recogía uno, pensé en el por qué de mi actividad, llegué a la cuenta de que yo también estaba cumpliendo una manda, que el destino de esos clips para hojas –cuyos antecedentes serán motivos de posteriores comentarios: ¿de quién eran, quién se lamentó por su pérdida, qué problemas causó y por qué terminaron botados donde yo los encontré? –era ser entregados a una especie de ser etéreo, un numen físico-metafísico para agradecer por favores recibidos y para pedir beneficios para mí. La diferencia principal es que mi templo no es una iglesia, que a quien se los cuelgo no es ningún santo, clásico o endémico, adorado por todos, sino uno adorado sólo por mí, su manto no es un manto único y totémico, su manto es una cartera y el mote que lleva, es el del niño dios.
Espero que mis plegarias sean escuchadas, que mis ofrendas sean agradables y bien recibidas para que, de esta manera, pueda seguir con mi actividad, con mi tarea: con mi manda.
Vendía alegrías
Hace 7 años.