miércoles, septiembre 28, 2005

milagritos

En todas las iglesias hay santos: san José, san Pedro, santa Catarina, san Pablo, san Ignacio, santa Isabel, san Judas, en fin, todos los santos clásicos y hay otros santos endémicos como san Juan Diego en el caso de México. Precisamente es aquí, en México –desconozco si la actividad se realice en otro país, es muy probable que sí –se tiene la costumbre de colgarles a los santos milagritos o, mejor dicho, mandas que son una especie de agradecimientos por algún favor recibido o bien promesas que se hacen a tal o cual santo y que se materializan en pequeños dijes con la forma o silueta de niños, hombre mayores, parejas, o bien, la parte del cuerpo por la que se pide el favor, la mayoría de los casos, sanación: una pierna, un brazo, etc. Son bien conocidos los casos específicos de san Antonio (el que está cargando al niño) a quien se acostumbra colgar listones rojos para conseguir novio o san Judas Tadeo, a quien se le asocia con la bienaventuranza en el trabajo.

Lo anterior lo reflexioné hoy cuando caminaba por el centro; debo, para esto, explicar que desde hace un par de meses he estado haciendo un ejercicio bastante peculiar: me he dado a la tarea de recoger cuanto clip para hojas encuentro o, mejor dicho, se me aparece en la calle. Sí, contrario a lo que se podría pensar, la gente pierde muchos más clips para sus hojas de los que imaginaríamos; grandes, pequeños, muy pequeños, etc. De todos tamaños y en todas partes hay clips abandonados: olvidados en las intersecciones de las lajas de las banquetas, entre los adoquines del arroyo vehicular, en los baños, en las bancas de los parques ¡hasta en los bares! ¡Cuántos clips hay por las calles! Así pues, yo los recojo en cuanto los veo. Algunos brillan, por extraños fenómenos visuales, con la luz del sol o de alguna luminaria, otros están ahí opacos entre pelusas y motas de polvo, otros mojados por extraños fluidos de los cuales no quiero ahondar en su procedencia y otros simplemente están, sin pena ni gloria.
Entonces hoy, mientras recogía uno, pensé en el por qué de mi actividad, llegué a la cuenta de que yo también estaba cumpliendo una manda, que el destino de esos clips para hojas –cuyos antecedentes serán motivos de posteriores comentarios: ¿de quién eran, quién se lamentó por su pérdida, qué problemas causó y por qué terminaron botados donde yo los encontré? –era ser entregados a una especie de ser etéreo, un numen físico-metafísico para agradecer por favores recibidos y para pedir beneficios para mí. La diferencia principal es que mi templo no es una iglesia, que a quien se los cuelgo no es ningún santo, clásico o endémico, adorado por todos, sino uno adorado sólo por mí, su manto no es un manto único y totémico, su manto es una cartera y el mote que lleva, es el del niño dios.

Espero que mis plegarias sean escuchadas, que mis ofrendas sean agradables y bien recibidas para que, de esta manera, pueda seguir con mi actividad, con mi tarea: con mi manda.

miércoles, septiembre 21, 2005

efectos

Lejos de todo, lejos del ruido y el bullicio de la ciudad, de las voces molestas y las risas insolentes, mi vida no es más que un suspiro del hálito divino, no es más que un molesto de ja-vu en la memoria del universo.

jueves, septiembre 08, 2005

la cara que conocí, la voz que escuché

FFyL

En situación como esta quisiera ser un virtuoso de la palabra para cantar una gran oda, dar rienda suelta a los sentimientos y llenar una página eterna en la memoria de la humanidad, elevar su nombre a la altura de los sempiternos númenes y hacerlo permanecer ahí; pero no lo soy, no lo soy y no puedo. Creo que jamás me había sentido como hoy, en verdad, me llena de tremendo pesar, me sobrecoge y me sobrepasa. Yo trato de no recordar, pero las imágenes de ese rostro y los timbres de esa voz, se presentan en mi mente, dejando un espacio vacuo donde la noche cae con su frío manto.
No soy ningún virtuoso y no puedo cantar una gran oda, sólo puedo cerrar los ojos, tocarme la barbilla y pensar: ¿dónde están sus pensamientos ahora?

con mucho pesar: Puebla, nueve de septiembre de dos mil cinco