Es como un gran drama trágico: el héroe pide silencio a sus espectadores ideales, empuña su espada y se interna en el egeo; es como una nota alta sostenida por la soprano en una vieja ópera, es recordar los viejos tiempos de amor y paz: de la psicodelia, de los 60´s, de un ideal, de la lucha con flores contra una guerra de bombas, balas y explosiones.
Es, sin duda, el invento más perfecto del ingenio germano, es, o fue, mi primer auto.
El otro día la dejé estacionada frente a la casa en el desnivel que forma la entrada sus faros miraban al poniente, esos faros con personalidad, redondos, como ojos de inocente, estaba inclinada mirándome llegar de frente a ella, me miraba, lo juro, casi con inteligencia, casi con tristeza, no sé cómo decirlo. Su parabrisas grande y abombado, emulaba una frente amplia, sus limpiadores eran como pestañas arqueadas hacia arriba, expresaban sorpresa o tristeza o casi miedo. Conforme me fui acercando la pude escuchar, temblaba, sus puertas de pasajeros (que no cerraban bien por falta de gomas) hacían el ruido característico de la lluvia en un tejado, asombrado, me paré a un lado de la puerta de conductor, saqué mi juego de llaves y la abrí, entré, me senté en el asiento y, como reacción habitual, pise el freno, estaba tenso, como si alguien lo estuviera pisando, me pareció extraño, supuse que las balatas estarían aferradas a los discos. Bajé, cerré la puerta, me acerqué al retrovisor y pregunté, como para mí mismo: Filemona ¿qué te pasa?
Es que ya me voy, y no quiero.
Vendía alegrías
Hace 7 años.