lunes, julio 11, 2005

Vespertina

Siempre es bastante curioso ver las cosas que suceden todo el tiempo, es curioso verlas y no notar nada en ellas, no ver que son síntomas, no darnos cuenta que las cosas nos dicen más de lo que "son". Hoy caminé bastante por el centro de la ciudad de Puebla, el sol brillaba (¿han notado cómo brilla últimamente el sol? ¿o sólo lo he notado yo?), las nubes a la orilla de la bóveda celeste, se acercaban, se veían pesadas y oscuras, el volcán se cubría entre ellas y los turistas no paraban de caminar, comer, fumar y ver através de sus lentes para sol. Recorrí muchas calles, pise muchas lajas del piso, crucé un buen número de calles y estuve atento a igual número de semáforos, caminé, mirando el rostro de la gente, es algo que comunmente uno no hace, es algo que en realidad tiene muy poca trascendencia, pero yo lo hice por un periodo muy prolongado. Uno se puede dar cuenta de algunos de los humores de las personas; los que miran hacia abajo, pensando en cosa más importante, preocupados, deprimidos, los que lo miran a uno de reojo, mujeres principalmente, esperando algo, no se sabe qué, los que andan distraídamente por ahí, mirando aparadores, no pensando en nada en realidad. Llegó un momento en que decidí que iba a sonreírles a todas las personas, a ver qué sucedía. Me detuve junto a una mini-van estacionada y ensayé mi sonrisa: tenía que verse amable, pero no provocadora, leve, pero no forzada, cordial y tierna (todos podemos hacer tal sonrisa). Después de intentarla algunas veces, di con la adecuada, cumplía con todo, hasta me daban más ganas de sonreír de sólo verme sonreír. Empecé la andanza una vez más, una señora: no me vió, un anciano: demasiado cansado para levantar la cara, un niño: incapaz de entender mi actividad, una muchacha: creyó que era un enfermo o un depravado y volteó el rostro inmediatamente. Parecía que ese era el resultado común, nadie me sonreía, todos tenían una buena excusa para no hacerlo. No sé cuántas personas vi hoy (normalmente las cuento), no sé a cuántas intenté sonreírles, pero sí sé que tristemente fueron muchas. Estaba sorprendido, desconcertado, pero aun mantenía mi sonrisa, sonreía mientras pensaba en los resultados del experimento, en la estadística y en las posibles causas de tan tristes resultados. Me dirigía a la ocho poniente y siete norte, esquina e que tomaría mi transporte, crucé por el mercado La Victoria, siempre con mi sonrisa me vieron: el muchacho gay de las joyas, la señorita de las promociones de celulares, el guardía de seguridad y el chavo que da crédito en las máquinitas, de todos ellos sólo el guardia de seguridad me sonrió "buenas, joven" me dijo, mientras veía a una niña que corría sobre la placa dorada de las coordenadas exactas del lugar. ¿Sería esa la diferencia con todos las demás personas? Él, llevaba un arma, tenía la potestad para usar la fuerza prácticamente con quien quisiera, su día era tan o más cansado que todos los demás, pero estaba viendo a una niña correr, girar, gritar, reír, todo, sin razón alguna.

1 comentario:

Alberto Espejel Sánchez dijo...

tienes que sonreir... sonreir... sonreir... payasito