Ayer por la noche me sentí bien, sólo faltó una cosa para que todo fuera perfecto. Pero por más que me concentré no logré activar cabalmente mis poderes mentales y no logré conseguirlo: que se fuera la luz.
Eran alrededor de las doce de la noche y decidí que era momento de dejar de leer y de apagar todos los aparatos de la habitación, desconecté el alimentador de energía de la computadora para que su ojo nocturno no interrumpiera el maravilloso espectáculo. En el techo podía escuchar las gotas estrellarse en la azotea, pequeños charquitos, seguramente, se estaban formando en las micro cuencas e irregularidades de la superficie. Afuera, los árboles y las hojas de las plantas recibían con júbilo las primeras y maravillosas lluvias nocturnas. Un concierto de bajos y contrabajos en las nubes cantaban algo parecido a alguna aria de Wagner (o al menos eso logré comprender) mientras que los utileros, afanosos, hacían destellar sus reflectores.
Me levanté de la cama, abrí las ventanas y recorrí las cortinas: el olor de la tierra mojada inundó mis fosas nasales y una brisa fresca y humeda se posó en mi pecho !Ah! Con palabras es imposible describir la sensación, era como un refresco de cola bien frío o como un café bien cargado justo a esa hora difusa entre la mañana y la tarde. En las calles de atrás, habían (hay) dos lámparas nocturnas con ese horrible y deprimente color naranja, simplemente no se apagaban. Maldije por una vez, la funcionalidad del mobiliario urbano que hoy, por primera vez, le estaba permitido no funcionar.
Pensé en que una de estas noches deberían causar estado de excepción: que las lamparas se apagaran, que las doncellas delicadas e indefensas no salieran de sus casas y que los maleantes y violadores encontraran algo que hacer por una hora y así todos, o por lo menos yo, puedieramos gozar de este espectáculo. Pensé también en que lo que alcancé a ver no nos sorprende porque no tenemos tiempo de verlo y además porque, tan dependientes de la luz eléctrica, estamos rodeados de lámparas, focos y faros que nos ciegan cada vez que levantamos la vista.
Como dije al principio, trás muchos intentos y harta concentración, me quedé un poco frustrado pues intenté con todo mi poder mental hacer que se apagaran todas las luces, pero como he estado muy cansado sólo alcancé a apagar dos y las otras veinte, siguieron brillando, atrayendo a los mosquitos y protegiendo a las jóvenes desveladas...
Vendía alegrías
Hace 7 años.
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