El señor Okada, deseoso de descubrir la realidad que ocultaban sus memorias y recuerdos, decendió a un pozo profundísimo, donde el aire se mezclaba con los gases del musgo y el frío contrastaba terriblemente, con la luz de la superficie. Sentado ahí, temeroso, con una lámpara de mano y una cuerda de nylon y algodón como su único medio para salir de ese pozo recordó:
(...) cuando conversábamos, de manera normal o apasionada, a veces enmudecía, súbitamente, sin más. Callaba de repente en mitad de la conversación sin ninguna razón especial (o, al menos, sin ninguna que yo atinara a descubrir). Como si fuera andando por un camino y, de repente, cayera en una trampa. (...) durante unos instantes ella parecía no estar en realidad allí. (...), cada vez que ella hacía esto le preguntaba <Como dije, la vida, [no la realidad] siempre encuentra su par en la ficción. Así, Kumiko la callada, la momentáneamente ausente, decidió abandonar al señor Okada quien, para reflexionar y tocar sus pensamientos, se metio en un pozo frío, lejos del calor de la superficie, del calor del verano.<Oye, ¿te pasa algo?>>. Me desconcertaba terriblemente, me preocupaba haber dicho algo que la hubiese herido. Pero Kumiko siempre sonreía y decía sin más: << No me pasa nada>>.
---Murakami, Haruki: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.
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