miércoles, septiembre 24, 2008

Pedazos de D


"(...) sabes lo que quiero y lo que no quiero. Bueno, lo supiste algún día y se te olvido, y qué bueno que se te olvidó porque ya no me gustan las mismas cosas. No te has enterado de lo que ha comenzado a gustarme, de lo que comencé a detestar."


¡Qué fuerte! En las discusiones de los bloggeros, siempre me he declarado fanático del blog "Hilo de sangre", aquí lo confirmo, aquí el post original.

http://hilodesangre.blogspot.com/2008/09/todo-comenz-en-sumer.html

vivencias cotidianas

A lo largo de la vida uno va haciendo cosas, conociendo gente, olvidando a otras tantas y; sin embargo, siempre hay algunas -cosas y personas -que merecen ser mencionadas aparte, que por alguna razón [algunas veces poco trascendental] se recordarán por más tiempo que otras. Hoy, hace unas horas, sucedió algo que, como dijera J. Luis: en su insignificancia, encerraba una gran verdad. Por lo menos me pareció en su momento, el espejo de una situación más general.

Samuel y un servidor, amable lector, veníamos de regreso a nuestras respectivas jaulas, perfectamente instalados en la Ruta 3 [Libertad - Zaragoza - Zavaleta], eran cerca de las diez de la noche, pasadas, para ser más específicos. El bus estaba atascado, toda clase de personas estábamos en él, como es común en esta ciudad cada vez más extraña, por decir lo menos: muchachas solitarias en faldas cortísimas, compañeros de trabajo que regresan después de una extenuante jornada, parejas felices, parejas enojadas, obreros solitarios que esconden la cara en el rincón más alejado de la vista de cualquiera para comenzar a platicar con el sueño, catrines trajeados haciendo gala de un perfecto engominado, corbata y camisas impecables y una serie de dispositivos electrónicos de comunicación como salidos de CSI: Miami; estudiantes somnolientos y, por supuesto, los borrachines. La escena que les relataré, atentos y comprensivos lectores, es protagonizada por estos últimos: los borrachines juveniles, despreocupados y bulliciosos. Samuel y yo veníamos hablando de s-e-n-d-o-s e importantes temas, cuando en el fondo del camión, breves momentos después de detenerse éste, se escuchó un golpe seco en el piso del automotor, como si alguien golpeara con la palma de la mano un costal de harina o de azúcar, o tal vez como los sonidos que se escucharon en la escena de Rocky, cuando el púgil entrena con las reses en canal en aquél gran y mítico congelador.
Inmediatamente, mi paranóico sentido de la autoconservación me hizo voltear a tratar de identificar lo que había causado el ruido, pero no puede ver nada, la amenaza no era evidente. Poco después de esto comentarios ofendidos y jocosos, asqueados y de reprobación comenzaron a escucharse: uno de los pre adolescentes, seguro experimentando sus primeros coqueteos de embriaguez, había "dejado un regalito" antes de salir del camión. Justo en la escalerilla de descenso había dejado sendo vomitón. Pude constatarlo cuando un desagradable e inconfundible olor inundó el ambiente. ¡Puaj! Mi primera reacción, entre indignación y risa, derivó finalmente en algo muy cercano a la nostalgia: ¿qué fue de aquellos momentos [si alguna vez existieron] de despreocupado desenfado?
T
odo fue pronto olvidado cuando el compañero del conductor con un poco de agua y mucho limpiador de pisos, de un solo movimiento, terminó con los olores y cualquier rastro del desaguisado.

"Qué tolerante es la gente en general ante estas circunstancias, porque uno nunca sabe cuándo será el que esté en esa circunstancia."
-S.E.M.

sábado, septiembre 13, 2008

Silenciosamente

Estábamos los tres ¿te acuerdas? Había un gato que estaba dando de vueltas a la mesa, tú estabas fumando, ella estaba leyendo una revista y yo estaba viendo al gato. Yo lo vi y les avisé. No me acuerdo siquiera qué habíamos estado haciendo toda la tarde, una de esas veces que nomás nos vemos por costumbre, llegamos al mismo lugar y hacemos los de siempre. Pero ese día había un gato, acuérdate, amarillento, con un collarcito café y una manchita blanca en la pata delantera. Marta le puso Garfield, porque tenía colores como los de Garfield.
Lo seguimos, jugamos a que éramos el club de la serpiente, el problema fue que los arrabales de París nunca se compararán a los de esta ciudad. Todo ha sido siempre más intenso aquí, más oloroso, más fuerte, más México.

Sí me acuerdo, pero hay pocas cosas de las que no me acuerdo, así que no es sorpresa, deja ya al gato en paz. Él tuvo la culpa, pero también la tuviste tú, por pendejo. Y la tuve yo y la tuvo Marta, carajo, siempre por pendejadas así terminamos mal.

En el fondo siempre quise ser como tú, siempre fuiste más, así, más cabrón, no sé cómo lo hacías, pero siempre pudiste ser más que yo. Creo que Marta te quería más a ti de lo que dijo que me quería a mí, lo suyo siempre fue más osado. La culpa la tuvo ella, nunca nos pudo separar, nunca nos quiso mezclar. Pinche Marta, se burló de los dos. Y ¿dónde está ahora? La muy cabrona se llevó al gato, al Garfield, seguro ya se lo tragó o lo aventó desde la ventana o lo quemó o lo sodomiza. Como hizo con nosotros. Nos tragó, nos uso, me violó y te tragó. ¿Sabes qué? La verdad es que no me arrepiento de absolutamente nada, creo que si pudiera hacerlo todo, lo haría todo exactamente igual, igual sería necio, igual me enamoraría de ustedes dos, igual les aguantaría sus terquedades. Todo igual. Igual les hubiera avisado del gato.

Después de eso, vi a Marta un par de veces, pero todo fue bien raro, como en Y tu mamá también, todo se volvió como en esa película mamona, todo se volvió mamón, como el final de esa película. ¿Por qué siempre me dejé llevar por sus pendejadas? ¿Cómo nos fuimos a enredar en eso? Pinche Marta.

¿Qué tal está?

Se casó, tiene un hijito, seguro es un junkie. Aunque ella lo dejó antes de embarazarse, seguro lo lleva en la sangre, pinche loca. No sé más, es lo último. Prefiero dejarlo así. Es lo último.

¿Y cómo se llama?


Ya deja al gato en paz. Déjanos en paz.